Luis XIV quería aumentar su poder. Para ello, sabía que tenía que socavar la independencia de sus principales aristócratas, que vivían lejos en sus propias fincas. Vivían como mini-reyes, gobernando sus dominios sin pedir la opinión del rey. De hecho, querían mantener su independencia. Esto, pensó Luis, debe cambiar.
Para llevar a cabo este cambio, Luis transformó un pabellón de caza o chateau en un magnífico palacio a las afueras de París, en el pueblo de Versalles. Quería que sus nobles se vieran obligados a acudir a Versalles y a permanecer allí durante largas temporadas para conseguir su patrocinio, y sabía que su palacio tenía que ser un magnífico escaparate para que esto ocurriera. También necesitaba contar con los fondos del Estado, así como con su riqueza privada, para construir un lugar tan fastuoso.
La construcción del palacio costó más de dos mil millones de dólares. La mayor parte del gasto fue en materiales, ya que los costes de la mano de obra eran muy bajos en aquella época. Luis XIV consiguió aumentar su poder con la construcción del palacio y pudo decir con razón, como lo hizo, «Yo soy el Estado».