Abstract
El Quijote de la Mancha, considerada una de las obras más importantes e influyentes de la prosa moderna occidental, contiene numerosas referencias de interés para casi todas las especialidades médicas. En este sentido, en la inmortal obra de Cervantes se encuentran numerosas referencias a la neurología. En este estudio nos proponemos leer el Quijote desde el punto de vista de un neurólogo, describiendo los fenómenos neurológicos dispersos en la novela, como temblores, alteraciones del sueño, síntomas neuropsiquiátricos, demencia, epilepsia, parálisis, apoplejía, síncope, traumatismo craneoencefálico y cefalea; relacionamos estos síntomas con las representaciones de esas afecciones en la literatura médica de la época. También revisamos las fuentes de información neurológica de Cervantes, incluyendo las obras de autores españoles de renombre como Juan Huarte de San Juan, Dionisio Daza Chacón y Juan Valverde de Amusco, y planteamos la hipótesis de que el trastorno de Don Quijote era en realidad una afección neurológica. Aunque Cervantes lo escribió hace cuatro siglos, el Quijote contiene abundantes referencias a la neurología, y muchas de las ideas y conceptos reflejados en él siguen siendo de interés.
© 2012 S. Karger AG, Basel
Introducción
En 1605, Miguel de Cervantes (1547-1616) publicó, en Madrid, el primer volumen de su novela El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, conocida popularmente como El Quijote, que está considerada como una de las obras más importantes e influyentes de la prosa occidental, sólo rivalizada por la Biblia en cuanto al número de idiomas a los que ha sido traducida. El segundo volumen se publicó una década después, en 1615 (fig. 1).
Fig. 1
Retrato de Miguel de Cervantes, atribuido a Juan de Jáuregui (1600) (izquierda). Portada de la primera edición de la parte I del Quijote (1605) dedicada al duque de Béjar e impresa por Juan de la Cuesta, en Madrid (derecha).
La trama del Quijote es extraordinariamente compleja. El propio hidalgo tiene la noble intención de dedicar sus energías al servicio del orden moral, urgido por los sublimes preceptos de bondad y belleza que encarna su platónica amada, Dulcinea del Toboso. Don Quijote tiene la misión de enderezar entuertos, reparar injusticias, ayudar a viudas y huérfanos, proteger a doncellas, defender a los oprimidos, etc. Su intención, al ser impracticable en este mundo de la realidad, se ve frustrada por los impedimentos terrenales, representados por el personaje de Sancho Panza, un simple campesino que no puede escapar a la influencia nobiliaria de su amo. El esquema de Don Quijote, que se ha convertido en parte integrante de la civilización occidental, refleja muchos problemas universales que, por su complejidad, no pueden ser contenidos en ninguna interpretación simple o unilateral: Don Quijote y su contrapeso moral, Sancho, son, al mismo tiempo, sátira literaria, crítica social, espejo del esplendor decadente del Imperio español y eco del sempiterno conflicto entre comedia y tragedia, sueño y realidad, locura y cordura, e idealismo y materialismo terrenal.
En las últimas décadas ha aparecido un número asombroso de estudios, que van desde la monografía hasta la obra completa, sobre Cervantes y su obra maestra, el Quijote. Además, es notable y conocida la influencia del Quijote en la obra creativa de escritores (como Borges, Dostoievski, Joyce o Twain), músicos (Purcell, Richard Strauss o Manuel de Falla) y pintores (Goya, Picasso o Salvador Dalí) (fig. 2).
Fig. 2
A lo largo de los siglos, el Quijote ha ejercido una profunda influencia en el arte y ha fascinado a la mayoría de los grandes maestros españoles. Grabado al aguatinta de Francisco de Goya (1746-1828) que ilustra el primer capítulo del primer libro:
Don Quijote también ha ejercido una profunda influencia en la medicina. De hecho, la repercusión del Quijote en la obra de eminentes médicos es notable. Thomas Sydenham, conocido como el Hipócrates inglés, aconsejó a su discípulo Richard Blackmore que leyera el Quijote para ser mejor médico. Sir William Osler, a menudo llamado el «padre de la medicina moderna» por sus contribuciones al desarrollo de la educación médica, incluyó el Quijote en su lista de libros recomendados para los estudiantes de medicina. A los 27 años, Sigmund Freud escribió a su futura esposa, Martha Bernays, sobre la profunda impresión que le había dejado la lectura del Quijote en español. Por aquel entonces, Freud se planteaba si seguir sus investigaciones neurocientíficas y convertirse en neurocientífico (entendido como analogía del ideal quijotesco) o dedicarse a la práctica médica privada bien remunerada (analogía de Sancho, como principio de realidad). Santiago Ramón y Cajal descubrió el Quijote a los 12 años, pero no disfrutó mucho de una novela en la que el héroe sufría tantas contrariedades. Esta impresión inicial cambió radicalmente a lo largo de su vida, como se deduce de sus ensayos, que están llenos de referencias al Quijote.
El interés de los médicos por el Quijote puede ser, en parte, consecuencia de que Cervantes trata las cuestiones médicas en el Quijote con una precisión sobresaliente , por lo que algunos se han preguntado si era realmente médico.
Existen excelentes trabajos sobre algunas de las afecciones médicas mencionadas en el Quijote . Sin embargo, hasta la fecha, nadie ha intentado un estudio exhaustivo de las numerosas referencias a la neurología repartidas por el texto. En este trabajo intentamos leer el Quijote desde el punto de vista de un neurólogo, estudiando los términos y afecciones neurológicas que aparecen en la novela, revisando las fuentes de información neurológica de Cervantes y planteando la hipótesis de si los síntomas de don Quijote se debían realmente a una enfermedad neurológica.
Métodos
Las dos partes de El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha fueron leídas sistemáticamente por ambos autores para identificar las referencias a la neurología. Tras la fase de cribado, se buscaron específicamente términos neurológicos (como ‘parálisis’, ‘temblor’, ‘cabeza’, ‘desmayo’, etc.) en una versión digital del texto. Las discrepancias entre los autores se resolvieron con un 100% de acuerdo mediante discusión y consenso. La lectura y la búsqueda se realizaron sobre una edición española del texto , y posteriormente se tradujo al inglés, siguiendo la edición inglesa de J.M. Cohen .
Afecciones neurológicas en el Quijote
Entre los signos y síntomas neurológicos que aparecen en el transcurso del Quijote se encuentran los siguientes:
Temblores
Hay más de 10 referencias a afecciones temblorosas, en su mayoría relacionadas con la emoción del miedo: ‘Me colgué de sus palabras, temblándome las piernas debajo de mí, de modo que apenas podía estar de pie’ (parte I, cap. 27); «Pero apenas había oído dos versos, mientras el cantor continuaba, cuando se apoderó de ella un extraño temblor, como si sufriera un fuerte ataque de agüita de cuarto» (parte I, cap. 43); o relacionados con la sensación de ansiedad: «Don Quijote, pues, poniéndose en pie, temblando de pies a cabeza…, dijo con voz apresurada y agitada,…» (parte II, cap. 32). (parte II, cap. 32). Sin embargo, en este contexto, el temblor no debe considerarse una enfermedad en sí, sino una consecuencia fisiológica de las circunstancias emocionales de la trama. En aquella época, se suponía que el corazón era la sede de las emociones, y cuando éstas se veían alteradas, los cambios del ritmo cardíaco podían llegar a los brazos y a las manos, dando lugar al temblor. Esta concepción fue apoyada por varios autores, entre ellos Juan de Barrios (1562-1645), quien explicó en el capítulo 34 (titulado «De las palpitaciones, temblores y latidos del corazón») de su obra Verdadera medicina, cirugía y astrología, publicada en México en 1607, que «el temblor es una palpitación del corazón que puede surgir en cualquier parte». Una opinión similar se encuentra en Quaestiones practicae, medicae et chirurgicae (1589) de Agustín Vázquez, Catedrático de Medicina de la Universidad de Salamanca.
A lo largo de la novela hay curiosas menciones a los temblores provocados por el mercurio: «… a cuyo espectáculo Sancho comenzó a temblar como un hombre drogado con mercurio, y a don Quijote se le pusieron los pelos de punta» (parte I, cap. 19). El mercurio se utilizó por primera vez en el siglo XVI para tratar la sífilis, dando lugar al dicho: «Una noche con Venus, toda una vida con Mercurio». El mercurio podía administrarse en forma de calomel (cloruro de mercurio), una pomada, un baño de vapor o una píldora. Por desgracia, los efectos secundarios eran tan dolorosos y aterradores como la propia enfermedad. Muchos de los pacientes que se sometieron a tratamientos con mercurio sufrieron grandes pérdidas de dientes, ulceraciones y daños neurológicos (incluyendo ataques epilépticos y temblores, como el extracto anterior). El uso de la terapia con mercurio continuó hasta que el primer tratamiento eficaz, el Salvarsan, fue desarrollado en 1910 por el inmunólogo Paul Ehrlich (1854-1915) .
Trastornos del sueño
Don Quijote sufría de insomnio crónico debido a las cavilaciones y preocupaciones: «Don Quijote no durmió mucho en toda la noche, pensando en su señora Dulcinea» (parte I, cap. 8); o «en una de las noches que no pudo dormir… oyó que alguien abría la puerta» (parte II, cap. 48). Además, Cervantes señala que la falta de sueño contribuyó a la aparición de la locura de don Quijote: «y con lo poco que dormía y lo mucho que leía… perdió el juicio» (parte I, cap. 1). De hecho, al final del libro, mientras don Quijote sufre de fiebre, ‘se le había devuelto el juicio’ después de dormir más de 6 horas (parte II, cap. 54).
El insomnio era considerado una enfermedad grave por la literatura médica de la época, como advierte Blas Álvarez de Miraval en su libro La conservación de la salud del cuerpo y del alma, publicado en 1597: «Es señal muy peligrosa que el enfermo no pueda dormir, ni de día ni de noche, porque el sueño es indispensable para la relajación de los sentidos» (cap. 23). 23).
También se citan los ronquidos: ‘ llamó a su escudero Sancho, que aún roncaba’ (parte II, cap. 20). Sancho también tiene la costumbre de echar largas siestas: Sancho respondió que… solía dormir cuatro o cinco horas en una tarde de verano» (parte II, cap. 32). Los ronquidos, las largas siestas y su obesidad sugieren que, aunque no hay referencias a episodios de interrupción de la respiración durante el sueño, Sancho podría haber tenido apnea obstructiva del sueño.
La siesta, todavía una costumbre española, se consideraba un hábito saludable, como señalaba Iván Sorapán de Rieros (1572-1638) en su obra Medicina española, publicada en 1616: «Los que duermen al mediodía, aun sanos o con alguna enfermedad, no deben mudar de hábito.
Por último, hay un episodio en el que se altera el comportamiento del sueño de don Quijote, que grita y ataca unos odres mientras sueña que lucha contra un gigante:
«y en la mano derecha tenía la espada desenvainada, con la cual iba dando tajos por todas partes, lanzando exclamaciones como si estuviera luchando con algún gigante: y lo mejor era que no tenía los ojos abiertos, porque estaba muy dormido, y soñando que luchaba con el gigante» (parte I, cap. 35).
Este incidente se ha interpretado como un síntoma de un trastorno de movimientos oculares rápidos . Cervantes, a través de Sancho Panza, también explica la idea de que el sueño es un estado pasivo, similar a la muerte, donde toda actividad mental está casi ausente (parte II, cap. 58). Las teorías de la época no eran claras sobre el origen del sueño y el significado de los sueños. Blas Álvarez de Miraval, en La conservación de la salud del cuerpo y del alma (cap. 23-26), precisa que «según Averroes, el sueño procede del corazón, pero según Galeno se realiza en el cerebro». Y más adelante: ‘El sueño es una condición en la que los sentidos no están tan libres como en la vigilia, pero no tan retenidos como en el sueño más profundo…’ Álvarez de Miraval también describe algunos trastornos del comportamiento del sueño, como la somniloquia y el sonambulismo: «Muchas personas hablan mientras duermen, e incluso responden a lo que se les pregunta. Otros se pasean por su habitación.’
Síntomas neuropsiquiátricos
Los episodios que sugieren complejas alucinaciones visuales y auditivas incluyen la famosa lucha contra los molinos de viento: ‘Ahí ves unos treinta gigantes escandalosos, contra los que voy a luchar’ (parte I, cap. 8), y los delirios paranoicos: Los encantadores me han perseguido, los encantadores me persiguen todavía, y los encantadores seguirán persiguiéndome» (parte II, cap. 32); «¿No os dije, señores, que este castillo estaba encantado y que en él habitaba una legión de demonios? (parte I, cap. 45).
Demencia
Cervantes retrata algunas de las características del deterioro cognitivo, entre las que se encuentran los trastornos del juicio: ‘y con lo poco que dormía y lo mucho que leía se le secó tanto el cerebro que perdió el juicio’ (parte I, cap. I); desorientación temporal: ‘tres días pasaron en una hora’ (parte II, cap. 23); la identificación errónea de personas, como el episodio en el que identificó al modesto cura de su pueblo, un viejo conocido, como el «arzobispo Turpin» (parte I, cap. 7), y la agitación: «Cuando llegaron a don Quijote ya estaba fuera de la cama, y seguía gritando y desvariando, y dando tajos y cortes por todas partes, tan despierto como si no hubiera dormido nunca» (parte I, cap. 7). Cervantes también señala cómo don Quijote pasa con frecuencia de la conducta aberrante a los intervalos de lucidez: «Su ama de llaves y su sobrina notaron que su amo estaba alguna vez en su sano juicio» (parte II, cap. 1); «Don Quijote razonó con tanta dirección que sus dos amigos le creyeron en su sano juicio» (parte II, cap. 1), y «Es un loco, lleno de intervalos de lucidez» (parte II, cap. 18).
Los médicos españoles se interesaban por la memoria; por ejemplo, Blas Álvarez de Miraval, en La conservación de la salud del cuerpo y del alma (cap. 2), declara que «la memoria y el ingenio se pierden si no se ejercitan».
Síncope
La pérdida de conciencia en el Quijote merece por sí misma un estudio específico, ya que es extraordinariamente recurrente en toda la novela. Las mujeres son más propensas a desmayarse, sobre todo en el contexto de una gran emoción; a menudo, los episodios de pérdida de conciencia son rápidamente reversibles, lo que sugiere un origen histérico, que es evidente en ciertos pasajes: «Él suspirará, ella se desmayará, y la damisela irá a buscar agua, muy angustiada porque se acerca la mañana» (parte I, cap. 21), y «El novio se acercó entonces a abrazar a su novia; y ella, apretando la mano contra su corazón, cayó desmayada en los brazos de su madre…». Todos se confundieron cuando Luscinda se desmayó, y mientras su madre le quitaba los cordones para darle aire…». (parte I, cap. 21). Estas mujeres podrían estar sufriendo un trastorno de conversión, aunque en otros fragmentos parece evidente un origen facticio de la pérdida de conciencia: «En este momento Camila, arrojándose sobre una cama que estaba cerca, se desmayó. … Camila no tardó en recuperarse de su desmayo y al volver en sí dijo… (parte I, cap. 34). … en el momento en que Altisidora lo vio, fingió desmayarse, mientras su amiga la cogía en su regazo y empezaba a desatar apresuradamente el pecho de su vestido» (parte II, cap. 46). La intensa actividad física y psicológica también puede desencadenar un síncope: «Le frotaron, le trajeron vino y le desataron los escudos, y se sentó en su lecho, y con el miedo, la agitación y la fatiga se desmayó» (parte II, cap. 53).
Dentro de la literatura médica española de la época, el síncope está inusualmente bien descrito en el último capítulo del Tratado repartido en cinco partes principales que declaran el mal que significa este nombre: Peste (Tratado repartido en cinco partes principales que declaran el mal que significa este nombre: La peste), publicado en 1601 por Ambrosio Nunes (1530-1611), médico portugués (Portugal era un reino que formaba parte del Imperio español en aquella época). Nunes explica que
‘Síncope es un término griego que significa «desmayo». De éste, hay cuatro diferencias: la primera, «Echlysis», significa «desmayo del espíritu», porque no se pierde el sentido y el movimiento, sino que parecen fallar las fuerzas. La segunda, «Lipotimia», significa «desmayo», porque se pierden el sentido y los movimientos, aunque se recuperan con prontitud. El tercero, «Lypopsychia», es un tipo de desmayo, con una duración similar, más o menos. El cuarto es el «Síncope», en el que parece que se pierden las fuerzas.’
Epilepsia
Hay una brillante descripción de un paciente epiléptico:
«Mi hijo está poseído por el demonio, y no hay día en que los espíritus malignos no le atormenten tres o cuatro veces; y por haber caído una vez en el fuego, tiene la cara fruncida como un trozo de pergamino, y los ojos llorosos y siempre corriendo; pero tiene la disposición de un ángel, y si no fuera porque se flagela y se golpea, sería un santo» (parte II, cap. 47). 47).
Y también hay una brillante descripción de un ataque de ausencia en el personaje de Cardenio, un joven que se volvió loco después de que su amada Luscinda se casara con otro hombre, y que vive solo en Sierra Morena:
‘Pero en medio de su conversación se detuvo y calló, manteniendo los ojos fijos en el suelo durante algún tiempo…; y con no poca pena, pues por su comportamiento, ahora mirando fijamente al suelo y con los ojos muy abiertos sin mover un párpado, de nuevo cerrándolos, comprimiendo los labios y levantando las cejas, pudimos percibir claramente que le había sobrevenido un ataque de locura de algún tipo; … pues se levantó con furia del suelo donde se había tirado» (parte I, cap. 20).
Algunos autores consideran este fragmento como un episodio de déficit neurológico funcional en el contexto de un trastorno de conversión histérica.
La epilepsia era bien conocida por los médicos españoles del Siglo de Oro. Luis Lobera de Ávila (1480-1551), médico del emperador Carlos V, publicó en 1542 el Remedio de cuerpos humanos en el que explica los diferentes términos que se daban a la epilepsia, entre ellos ‘gota coral’, ‘morbus sacrum’, ‘morbus comicialis’, y ‘alpheresy’. Lobera de Ávila señala como «causas principales de esta enfermedad pueden ser el mirar fijamente las cosas que se mueven, y también los olores fuertes. Se reconoce porque el episodio paroxístico dura poco, … y tienen movimientos asombrosos’. Unos años más tarde, en 1611, Francisco Pérez Cascales publicó Liber de Affectionibus puerorum, un tratado de pediatría. Está dividido en cuatro capítulos, el primero de ellos sobre varias enfermedades expuestas ‘a capite ad calcem’ (‘de la cabeza a los pies’), incluyendo enfermedades neurológicas como la parálisis, la rabia, la hidrocefalia y la epilepsia. Define esta última como el «fenómeno paroxístico en el que todas las partes del cuerpo sufren una convulsión y se pierden los sentidos externos e internos». Las crisis psicógenas no epilépticas también son descritas con notable precisión por Pérez Cascales, quien explica que las crisis psicógenas no epilépticas tienen un origen histérico/uterino, y son, en todos los casos, diferentes de la epilepsia, ya que ‘las mujeres son conmocionadas por crisis violentas en todo el cuerpo, pueden ver y escuchar, pero han perdido el control de sí mismas debido a los movimientos violentos’ .
Parálisis (Perlesía, Apoplejía)
El padre del enfermo epiléptico descrito anteriormente (parte II, cap. 47) quiso comprometer a su hijo con una paralítica: ‘Este hijo mío que va a ser soltero, se enamoró en dicha ciudad de una damisela llamada Clara Perlerina ….; y este nombre de Perlerinas no le viene por ascendencia ni por descendencia, sino porque toda la familia es paralítica» (parte II, cap. 47). Algunos han planteado la hipótesis de que la causa de la parálisis en esta familia pudo ser una epidemia de viruela , pero podrían considerarse otras enfermedades hereditarias, como la paraparesia espástica.
Cervantes podría estar describiendo una apoplejía en el siguiente extracto: «nadie sabe lo que va a pasar; … muchos se acuestan con buena salud que no pueden revolverse al día siguiente» (parte II, cap. 19). Sin embargo, en el Quijote no se encuentran alusiones específicas a la apoplejía.
Durante los siglos XVI y XVII, la perlesía se consideraba una consecuencia de la obstrucción del flujo nervioso, debida a un humor espeso o a un tumor. Jerónimo Soriano (1560-?), en su obra Método y orden de curar las enfermedades de los niños, clasifica la perlesía en ‘perfecta, en la que se pierde la sensación y el movimiento; menos perfecta, en la que sólo se pierde el movimiento; e imperfecta, en la que sólo se pierde la sensación’.
Ya se conocían medidas preventivas de la apoplejía; por ejemplo, Lobera de Ávila, en Remedio de cuerpos humanos, señala que ‘las causas de la apoplejía son atiborrarse de alimentos y manjares, aun a pesar de que son buenos, porque espesan la sangre y los humores’.
Traumatismo craneoencefálico
Los traumatismos craneoencefálicos son frecuentes en el Quijote, sobre todo como consecuencia de luchas y peleas:
‘dejando caer su broquel levantó su lanza con ambas manos y con ella dio tal golpe en la cabeza del portador que lo tendió en el suelo… Poco después vino otro… con el mismo objeto de dar agua a sus mulas… cuando don Quijote… volvió a dejar caer su rodela y volvió a levantar su lanza, y, sin llegar a romper la cabeza del segundo portador en pedazos, le hizo más de tres, pues se la abrió en cuatro» (parte I, cap. 3). 3); «El cuadrillero… perdió los estribos, y levantando el candil lleno de aceite, dio a don Quijote tal golpe con él en la cabeza, que le dio una pata muy rota» (parte I, cap. 17); «Y levantando la pica, que nunca había dejado de tener en la mano, le dio tal golpe en la cabeza que, si el oficial no la hubiera esquivado, le hubiera estirado a lo largo» (parte I, cap. 45), y «El desdichado caballero no habló tan bajo, sino que Roque le oyó, y sacando la espada casi le parte la cabeza en dos» (parte II, cap. 60).
Cervantes parece estar describiendo una fractura basilar del cráneo en el siguiente fragmento: ‘Agarrando con más fuerza su espada con ambas manos, se abatió sobre el vizcaíno con tal furia, dándole de lleno sobre la almohadilla y sobre la cabeza, que como si le hubiera caído una montaña encima, empezó a sangrar por la nariz, la boca y los oídos’ (parte I, cap. 9).
Dolor de cabeza
Como se ha señalado en trabajos anteriores , en el Quijote se encuentran casi 100 referencias al dolor; sin embargo, las alusiones específicas al dolor de cabeza son escasas: ‘Quiero decir, que cuando la cabeza sufre todos los miembros sufren’ (parte II, cap. 2). Este fragmento tiene algunas similitudes con la teoría del dolor de Dionisio Daza Chacón (1510-1596), en su Práctica y teórica de cirugía, donde señala que ‘la parte que está teniendo el dolor no está sintiendo el dolor, porque es el cerebro el único que siente; El dolor no está en el pie, sino en el cerebro, que es el que siente’.
En el Quijote, el dolor de cabeza suele ser consecuencia de una lesión traumática: ‘Don Quijote, que, con la mano en la cabeza, se lamentaba del dolor del golpe del candil’ (parte I, cap. 17).
Otras enfermedades
Una curiosa descripción de la pica (el deseo compulsivo de comer materiales como tierra, arcilla, yeso, etc.): «Ahora estoy trabajando bajo esa enfermedad que a veces sufren las mujeres, cuando el deseo se apodera de ellas para comer arcilla, yeso, carbón, y cosas aún peores, repugnantes para mirar, mucho más para comer» (parte I, cap. 33). Este comportamiento compulsivo puede darse tanto en mujeres embarazadas como en trastornos neuropsiquiátricos, como el autismo, la esquizofrenia o el síndrome de Kleine-Levin. Cervantes también describe lo que podría considerarse un golpe de calor: «y todo el tiempo cabalgaba tan despacio y el sol subía tan deprisa y con tanto fervor que bastaba para derretirle los sesos si los tuviera» (parte I, cap. 2). También se menciona la sífilis: «olvidó decirnos quién fue el primer hombre… que probó la salivación para la enfermedad francesa» (parte II, cap. 22). En la época de Cervantes, la sífilis se denominaba ‘la enfermedad francesa’ en España, y ‘la enfermedad española’ en Francia.
Fuentes neurológicas de Cervantes: La neurología en el Siglo de Oro español
Hay algunos factores que explican los conocimientos médicos de Cervantes. En primer lugar, hay evidencias de que, mientras vivía en Sevilla, Cervantes visitaba con frecuencia el Hospital de Inocentes, un manicomio que servía como lugar de acogida para discapacitados mentales, dementes criminales, epilépticos y pobres .
En segundo lugar, nació en una familia de médicos: su padre, Rodrigo de Cervantes (1509-1585), era cirujano sangrador, y su hermana, Andrea de Cervantes (1545-1609), era enfermera, lo que sugiere que creció en un ambiente médico. Además, muchos de los amigos de Cervantes eran médicos aclamados, como Francisco Díaz (1527-1590), que escribió un tratado de urología , y Antonio Ponce de Santa Cruz (1561-1632), médico del rey Felipe III y del rey Felipe IV, que publicó, en 1631, un tratado sobre la epilepsia .
Cervantes vivió durante los últimos años del siglo XVI y los primeros del XVII, conocidos como el Siglo de Oro español, un periodo de florecimiento de la pintura (con artistas de primera fila como El Greco, Ribera, Velázquez, Murillo y Zurbarán); de la música (con compositores destacados como Tomás Luis de Victoria, Francisco Guerrero y Cristóbal de Morales) y de la literatura (con Lope de Vega, Calderón de la Barca y el propio Cervantes). El Imperio Español fue global, y la influencia de la cultura española fue tan omnipresente que el español sigue siendo la lengua materna de aproximadamente 500 millones de personas. Además, la hegemonía española fue patente en las ciencias técnicas, sociales y biológicas, y los médicos españoles lideraron también la medicina occidental .
En este contexto, hay constancia de que Cervantes poseía una biblioteca privada con más de 200 volúmenes, entre los que se encontraban libros de medicina escritos por aclamados médicos españoles . Uno de estos volúmenes fue Examen de ingenios, escrito por Juan Huarte de San Juan (1529-1588) (fig. 3). Esta obra inmortal y única, impresa en 1575, reimpresa al menos 80 veces y traducida a siete idiomas, se considera una obra fundacional de la neuropsicología, ya que Huarte se esforzó por establecer las relaciones entre cerebro, temperamento e ingenio desde un punto de vista mecanicista. Curiosamente, algunos de los párrafos del Examen de ingenios pueden encontrarse, prácticamente palabra por palabra, en el Quijote; incluso el título (El ingenioso caballero Don Quijote de la Mancha) está obviamente basado en él.
Fig. 3
Juan Huarte de San Juan publicó la primera edición de su Examen de ingenios en 1575, que le valió fama europea. Aunque ya superado, el tratado de Huarte es históricamente interesante por ser el primer intento de mostrar la conexión entre la psicología y la fisiología. A pesar de su prohibición inicial por parte de la Inquisición, el Examen se hizo popular en España y Europa. De hecho, en 1594, tras la muerte de Huarte de San Juan, se imprimió una segunda versión revisada y expurgada (imagen mostrada).
Cervantes también poseía un ejemplar de la obra Práctica y teórica de cirugía, publicada en 1584 por Dionisio Daza Chacón (1510-1596), cirujano del emperador Carlos V, de su hijo el rey Felipe II y amigo íntimo de Vesalio. En 1569, Daza Chacón fue nombrado médico de don Juan de Austria (hermanastro ilegítimo del rey Felipe) y le sirvió, como cirujano jefe, durante la batalla de Lepanto, que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571, cuando una flota de la Santa Liga, una coalición de estados católicos del sur de Europa liderada por España, derrotó decisivamente a la flota principal del Imperio Otomano. Dado que Cervantes participó en esta batalla y recibió tres heridas de bala (dos en el pecho y una que le inutilizó el brazo izquierdo), es posible que Daza Chacón le asistiera .
Por la misma época, Andrés Alcázar (aproximadamente 1490∼1585) realizó aportaciones cruciales para el conocimiento del traumatismo craneoencefálico; en 1575 publicó, en latín, Libri sex, una compilación de seis libros, el primero de ellos titulado De vulneribuscapitis(Sobre el traumatismo craneoencefálico), considerado el primer tratado moderno de neurocirugía (fig. 4).
Fig. 4
Cubierta de la primera edición de Libri sex de Andrés Alcázar, impresa en 1575 (izquierda). El primer capítulo de este libro, titulado ‘De Vulneribus capitis’, incluía unas curiosas ilustraciones sobre distintos tipos de lesiones en la cabeza (derecha).
Otros médicos importantes de la época son Miguel Sabuco (1525-1588), que publicó Nueva filosofía en 1587, donde explicaba la teoría del ‘succo nervoso’ (savia nerviosa, o sustancia neurotransmisora original) ; Juan Valverde de Amusco (1525-1564), considerado el anatomista más importante del siglo XVI, que publicó en 1556, en Roma, Historia de la composición del cuerpo humano, donde ofrece la primera representación del curso intracraneal de las arterias carótidas (varias décadas antes de la descripción de Willis), los músculos oculares extrínsecos y los huesos del oído medio, en particular el estribo (fig. 5); Gómez Perea (1500-?) que publicó, en 1554, Antoniana Margarita, donde estudió la función cerebral desde una perspectiva mecanicista, explicando su teoría sobre el «automatismo de los animales» y describiendo lo que puede considerarse la primera representación del arco reflejo y del reflejo condicional , y Juan Bravo de Piedrahita (1527-1610) que publicó el primer tratado conocido sobre fisiología de los sentidos químicos en 1583, titulado De saporum et odorum differentiis, desarrollando una teoría coherente del funcionamiento del olfato y del gusto.
Figura 5
La Historia de la composición del cuerpo humano de Valverde de Amusco se publicó por primera vez en Roma en 1556. Esta obra está profusamente ilustrada con 42 grabados en cobre, probablemente realizados por Gaspar Becerra (1520-1570). En esta obra, Valverde corrigió y mejoró las representaciones de los músculos de los ojos, el oído medio, la nariz y la laringe realizadas anteriormente por Andreas Vesalius en De humani corporis fabrica. El grabado más sorprendente es el de una figura muscular que sostiene su propia piel en una mano y un cuchillo en la otra, que se ha comparado con San Bartolomé en «El Juicio Final» (de Miguel Ángel) de la Capilla Sixtina (izquierda). También hay un grabado con secciones axiales del cerebro, en el que se describen las meninges y los ventrículos cerebrales (derecha).
Desgraciadamente, debido a complejas razones, la ciencia española de vanguardia durante la primera mitad del siglo XVI se vino abajo en los últimos años del siglo. El rey Felipe II, en su intento de mantener la pureza de la fe católica frente al luteranismo y el calvinismo, decretó, en una Real Ley dada el 7 de septiembre de 1558, «la prohibición de importar libros a los reinos de Castilla, bajo pena de muerte». Otra Real Ley, dada el 22 de noviembre de 1559, prohibía a los eruditos «salir fuera de nuestros reinos de Castilla para estudiar, enseñar, aprender o vivir en universidades, colegios o escuelas fuera de estos reinos, concediendo un plazo de cuatro meses para que los que estén fuera vuelvan, bajo severas penas». Esta prohibición de estudiar fuera de la península, excepto en Nápoles, Roma y Bolonia (dominios bajo el Imperio español o sin influencia luterana o calvinista), se convirtió en una grave carencia para la adquisición y renovación del conocimiento científico en España. Debido a estas restricciones, una nueva Ley Real, promulgada el 2 de agosto de 1593, ordenó que «todos los médicos y cirujanos deberán hacer un examen de la lista de temas que aparecen en las «Institutiones Medicae»», escritas en 1594 por Luis Mercado (1525-1611), médico personal del rey Felipe II, «y se les animará a aprenderla de memoria» (fig. 6).
Fig. 6
Retrato de un médico (presunto retrato de Luis Mercado) de Doménikos Theotokópoulos, ‘El Greco’ (aproximadamente 1580), óleo sobre lienzo, que puede verse en el Museo del Prado (izquierda). Portada de la primera edición de Institutiones Medicae de Luis Mercado (1594), encargada por el rey Felipe II para que sirviera de temario para el examen de médicos y cirujanos en España (derecha).
Finalmente, durante el siglo XVII, España perdió definitivamente su hegemonía y se alejó de los nuevos conocimientos europeos emergentes que constituirían las bases de la revolución científica .
La enfermedad de Don Quijote
Desde el siglo XIX, varios autores han tratado la enfermedad que parece padecer Don Quijote. El primer autor que lo hizo fue Philippe Pinel (1745-1826), seguido inmediatamente por muchos otros. Todos ellos coincidieron en diagnosticar a Don Quijote como «monomaníaco». Después de Emil Kraepelin (1856-1926), la antigua nosografía pineliana fue sustituida por un nuevo sistema de clasificación de las enfermedades mentales, y Don Quijote fue considerado entonces ‘paranoico’. Otros han planteado la hipótesis de que, como su escudero Sancho Panza aceptaba y compartía completamente las ideas delirantes de grandeza de Don Quijote, se trataba de un caso de folie à deux . Finalmente, tras el DSM-IV, el diagnóstico habitual es «trastorno delirante», aunque se han propuesto interpretaciones psicosexuales o incluso no psiquiátricas.
Como Cervantes también proporciona información sobre la dieta y los patrones de sueño en la novela, algunos autores han asumido que la enfermedad de Don Quijote era completamente una consecuencia de la privación del sueño y la desnutrición, asumiendo que el hidalgo tenía deficiencias de calcio, vitamina C, vitamina E, y sufría de osteoporosis, escorbuto y disfunción cerebelosa .
Como ya se ha dicho, Don Quijote tenía alucinaciones visuales y auditivas, síntomas sugestivos de deterioro cognitivo y trastorno del comportamiento del sueño por movimientos oculares rápidos, cumpliendo los criterios de diagnóstico clínico de una probable demencia con cuerpos de Lewy . Es posible que Cervantes haya sido testigo de un paciente real con demencia con cuerpos de Lewy y lo haya traducido en el personaje de Don Quijote.
Por último, también existe la teoría de que Don Quijote no estaba loco en absoluto, sino que era un caballero con ideas sólidas que, voluntariamente, quería ser locamente leal a sus convicciones y deberes, y eligió un modo de vida particular por esa razón. Como dice Don Quijote, «cada uno es hacedor de su propia Fortuna» (parte II, cap. 66), y añade, «yo sé quién soy» (parte I, cap. 5) . Santiago Ramón y Cajal estaba de acuerdo con esta visión, como se deduce del discurso que pronunció en el Colegio de Médicos de San Carlos en 1905 (un año antes de que se le concediera el Premio Nobel de Fisiología o Medicina) titulado «Psicología del Quijote y del Quijote». En este texto, Cajal considera al hidalgo ‘un ideal de humanidad, magnificencia y justicia’, y sugirió que estos valores, en lugar de ser síntomas de enfermedad, deben estar siempre implicados en el verdadero espíritu científico.
Sin embargo, el diagnóstico retrospectivo de pacientes que vivieron hace siglos no es sencillo, sobre todo si son personajes de ficción. Cuestiones como si la mística alemana Santa Hildegarda de Bingen padecía migraña, el emperador Julio César tenía epilepsia o Don Quijote tenía demencia con cuerpos de Lewy son hipótesis maravillosas y divertidas, pero carecen de pruebas sólidas y definitivas.
Observaciones finales
Las interpretaciones del Quijote desde la perspectiva de las disciplinas médicas actuales pueden correr el riesgo de convertirse en meras especulaciones. Así lo señaló el insigne filósofo y novelista español Miguel de Unamuno (1864-1936), quien escribió: «de todos los comentaristas del Quijote, no hay ninguno más terrible que los médicos: llegan a analizar el tipo de locura que padecía don Quijote, su etiología, sus síntomas y hasta su terapia» .
En cualquier caso, nuestro objetivo en este trabajo no ha sido pontificar, sino analizar y estudiar los signos y síntomas neurológicos mencionados en esta gran novela, en el contexto de los conocimientos neurológicos de la época, poniendo de manifiesto que, aunque Cervantes la escribiera hace cuatro siglos, las ideas y conceptos reflejados en el Quijote siguen teniendo interés. Nuestro trabajo también muestra cómo la considerable extensión de los conocimientos médicos de Cervantes contribuyó a su descripción extremadamente precisa de los síntomas en esta novela.
Esto se demuestra no sólo en la precisa descripción cervantina de las afecciones neurológicas, sino también en su recomendación de profundizar en el conocimiento de la enfermedad, ya que «el principio de la salud está en conocer la enfermedad y en que el enfermo esté dispuesto a tomar las medicinas que el médico le prescriba» (parte II, cap. 60). Además, los científicos en general y los médicos en particular no deben sentirse personalmente afrentados ni desanimados de seguir investigando sólo porque, en la parte II, cap. 22, Don Quijote amoneste: ‘porque hay algunos que se fatigan en aprender y probar cosas que, después de sabidas y probadas, no valen un céntimo para el entendimiento ni para la memoria’.’
Agradecimientos
Queremos dedicar este trabajo al distinguido académico Luis S. Granjel, catedrático emérito de Historia de la Medicina de la Universidad de Salamanca, referencia imprescindible para cualquier estudio sobre el Quijote y la medicina, a quien los autores estamos en deuda por su tutela y orientación a lo largo de las últimas décadas.
Declaración de divulgación
Los autores declaran no tener ningún conflicto de intereses.
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Contactos del autor
Dr. J.A. Palma
Sección de Neurofisiología Clínica
Clínica Universitaria de Navarra
ES-31008 Pamplona (España)
Tel. +34 94 825 5400, E-Mail [email protected]
Detalles del artículo / publicación
Recibido: 08 de mayo de 2012
Aceptado: 24 de junio de 2012
Publicado en línea: 21 de septiembre de 2012
Fecha de publicación: Octubre 2012
Número de páginas impresas: 11
Número de figuras: 6
Número de tablas: 0
ISSN: 0014-3022 (Impreso)
eISSN: 1421-9913 (Online)
Para información adicional: https://www.karger.com/ENE
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