La última vez que miré, Bill Clinton estaba mirando lascivamente a Ariana Grande mientras ella cantaba en el funeral de Aretha Franklin. Bill, como lo describió su esposa, siempre fue «un perro difícil de mantener en el porche». Vivió con sus muchas infidelidades, a menudo desestimando el tipo de mujeres que le gustaban como basura e insignificantes.
De hecho, cuando finalmente se reveló su aventura con Monica Lewinsky, ella también fue despreciada, no sólo por Hillary, a quien su marido mintió, y mintió por él, sino por muchas otras feministas prominentes. Erica Jong fue desagradable con ella; también lo fue Tina Brown. La columnista del New York Times Maureen Dowd la llamó depredadora. Se hablaba de ella como de una blusa, estúpida, poco atractiva, intrigante… y con mal aliento. Un poco de solidaridad.
Lewinsky ha crecido desde entonces en valor y espíritu, ha sobrevivido a esta vergüenza pública y ha contribuido considerablemente a los debates sobre el acoso escolar. Escribiendo para Vanity Fair a la luz del movimiento #MeToo, dijo: «Ahora, a los 44 años, empiezo a considerar las implicaciones de las diferencias de poder que eran tan amplias entre un presidente y una becaria de la Casa Blanca». Tenía 27 años más que ella. Era su primer trabajo.
Hillary fue preguntada esta semana en la CBS sobre este asunto. Al fin y al cabo, ella estuvo a su lado después de que él fuera destituido por mentir. Le preguntaron en retrospectiva si debería haber dimitido. «Absolutamente no», dijo. «¿No fue un abuso de poder?» «No, no», respondió. Lewinsky era una adulta. El contexto era diferente.
No era tan diferente. Aquí todo está mal. Hillary tiene razón al decir que Trump debería ser investigado por conducta sexual inapropiada, pero esto no excusa a su marido. En su momento, no podía entender el apoyo «feminista» a Hillary; ahora, lo veo claramente. Se trataba de un feminismo para mujeres privilegiadas y con derechos; otros tipos de mujeres eran prescindibles. Ahora es Lewinsky la que emerge con clase y Hillary con un punto ciego tan grande que nunca obtuvo el premio al que se sentía con derecho.
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