¿La raza humana evoluciona o involuciona?

Una pregunta similar fue respondida anteriormente por Meredith F. Small, profesora asociada del departamento de antropología de la Universidad de Cornell.

Esta vez hemos pedido a Michael J. Dougherty, director adjunto y biólogo senior del Estudio Curricular de Ciencias Biológicas en Colorado Springs, Colorado, que nos ofrezca su opinión.

Desde una perspectiva biológica, no existe la devolución. Todos los cambios en las frecuencias genéticas de las poblaciones -y a menudo en los rasgos en los que influyen esos genes- son, por definición, cambios evolutivos. La idea de que los seres humanos puedan retroceder o «involucionar» presupone que existe una jerarquía preferida de estructura y función: por ejemplo, que las piernas con pies son mejores que las piernas con pezuñas o que la respiración con pulmones es mejor que la respiración con branquias. Pero para los organismos que poseen esas estructuras, cada una es una adaptación útil.

Sin embargo, muchas personas evalúan a los organismos no humanos según la anatomía y fisiología humanas y concluyen erróneamente que los humanos son el producto final, incluso el objetivo, de la evolución. Esa actitud probablemente se deriva de la tendencia de los humanos a pensar de forma antropocéntrica, pero la erudición de la teología natural, que fue prominente en la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX, la codificó incluso antes de que Lamarck definiera la biología en el sentido moderno. Desgraciadamente, el pensamiento antropocéntrico es la raíz de muchos conceptos erróneos comunes en biología.

El principal de estos conceptos erróneos es que las especies evolucionan o cambian porque necesitan cambiar para adaptarse a las cambiantes demandas del entorno; los biólogos se refieren a esta falacia como teleología. De hecho, más del 99% de todas las especies que han existido se han extinguido, por lo que es evidente que no es necesario que las especies se adapten siempre con éxito. Como demuestra el registro fósil, la extinción es una respuesta perfectamente natural -y de hecho bastante común- a las cambiantes condiciones ambientales. Cuando las especies evolucionan, no es por necesidad, sino porque sus poblaciones contienen organismos con variantes de rasgos que ofrecen una ventaja reproductiva en un entorno cambiante.

Otro concepto erróneo es que el aumento de la complejidad es el resultado necesario de la evolución. De hecho, la disminución de la complejidad es común en el registro de la evolución. Por ejemplo, la mandíbula inferior de los vertebrados muestra una complejidad decreciente, medida por el número de huesos, desde los peces hasta los reptiles y los mamíferos. (La evolución adaptó los huesos adicionales de la mandíbula a los huesos del oído). Asimismo, los caballos ancestrales tenían varios dedos en cada pie; los caballos modernos tienen un solo dedo con una pezuña.

La evolución, no la involución, seleccionó esas adaptaciones.

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