Concepciones teóricas y prácticas
En su tratado homónimo sobre la opinión pública publicado en 1922, el editorialista estadounidense Walter Lippmann matizó su observación de que las democracias tienden a convertir la opinión pública en un misterio con la declaración de que «ha habido hábiles organizadores de la opinión que entendieron el misterio lo suficientemente bien como para crear mayorías el día de las elecciones». Aunque la realidad de la opinión pública es ahora casi universalmente aceptada, hay mucha variación en la forma de definirla, lo que refleja en gran medida las diferentes perspectivas desde las que los estudiosos han abordado el tema. A lo largo de los siglos se han ido perfilando interpretaciones opuestas de la opinión pública, especialmente a medida que se han aplicado nuevos métodos de medición de la opinión pública a la política, el comercio, la religión y el activismo social.
Los politólogos y algunos historiadores han tendido a destacar el papel de la opinión pública en el gobierno y la política, prestando especial atención a su influencia en el desarrollo de la política gubernamental. De hecho, algunos politólogos han considerado la opinión pública como equivalente a la voluntad nacional. Sin embargo, en un sentido tan limitado, sólo puede haber una opinión pública sobre un tema en un momento dado.
Los sociólogos, en cambio, suelen concebir la opinión pública como un producto de la interacción y la comunicación social. Según este punto de vista, no puede haber opinión pública sobre un tema a menos que los miembros del público se comuniquen entre sí. Incluso si sus opiniones individuales son bastante similares para empezar, sus creencias no constituirán una opinión pública hasta que se transmitan a otros de alguna forma, ya sea a través de la televisión, la radio, el correo electrónico, los medios sociales, la prensa escrita, el teléfono o una conversación en persona. Los sociólogos también señalan la posibilidad de que haya muchas opiniones públicas diferentes sobre un tema determinado al mismo tiempo. Aunque un cuerpo de opinión puede dominar o reflejar la política gubernamental, por ejemplo, esto no excluye la existencia de otros cuerpos de opinión organizados sobre temas políticos. El enfoque sociológico también reconoce la importancia de la opinión pública en áreas que tienen poco o nada que ver con el gobierno. La propia naturaleza de la opinión pública, según el investigador estadounidense Irving Crespi, es ser interactiva, multidimensional y en continuo cambio. Por lo tanto, las modas y las tendencias son un tema apropiado para los estudiantes de la opinión pública, al igual que las actitudes del público hacia las celebridades o las empresas.
Casi todos los estudiosos de la opinión pública, independientemente de la forma en que la definan, están de acuerdo en que, para que un fenómeno cuente como opinión pública, deben cumplirse al menos cuatro condiciones: (1) debe haber un tema, (2) debe haber un número significativo de individuos que expresen opiniones sobre el tema, (3) al menos algunas de estas opiniones deben reflejar algún tipo de consenso, y (4) este consenso debe ejercer influencia directa o indirectamente.
A diferencia de los académicos, quienes pretenden influir en la opinión pública están menos preocupados por las cuestiones teóricas que por el problema práctico de dar forma a las opiniones de determinados «públicos», como los empleados, los accionistas, las asociaciones de vecinos o cualquier otro grupo cuyas acciones puedan afectar a la suerte de un cliente o parte interesada. Los políticos y los publicistas, por ejemplo, buscan formas de influir en las decisiones de voto y de compra, respectivamente; de ahí su deseo de determinar cualquier actitud y opinión que pueda afectar al comportamiento deseado.
A menudo ocurre que las opiniones expresadas en público difieren de las expresadas en privado. Algunas opiniones -aunque sean ampliamente compartidas- pueden no expresarse en absoluto. Así, en un estado autoritario o totalitario, muchas personas pueden oponerse al gobierno pero pueden temer expresar sus actitudes incluso a sus familiares y amigos. En estos casos, la opinión pública antigubernamental no llega a desarrollarse necesariamente.