¿Por qué necesitamos amigos?

Traducido por: Zeynep Sen

Editado por: Christine Taylor

Helen Keller dijo una vez: «Prefiero caminar con un amigo en la oscuridad que caminar solo en la luz». Esta afirmación se hace eco de un sentimiento que muchos de nosotros sentimos. Los seres humanos somos criaturas sociales. Ansiamos conexiones profundas y significativas. Aunque a menudo sentimos que no somos capaces de formar vínculos lo suficientemente profundos como para llamarlos verdaderas amistades. Acabamos teniendo conversaciones superficiales que no llegan a arañar la superficie. O tal vez no sentimos que seamos una parte integral de la vida de nuestros amigos, o que ellos sean una parte importante de la nuestra. A veces sentimos que no podemos conectar en absoluto con la gente que nos rodea. Entonces, ¿cómo podemos superar esto? ¿Cómo podemos formar y cultivar amistades que nos duren toda la vida?

¿Por qué necesitamos amigos? Lo único que saben, con seguridad, es que los necesitamos. A lo largo de los años, numerosos estudios han descubierto que tener amistades genuinas es muy beneficioso para nuestro bienestar mental. Un reciente estudio de Harvard reveló que la formación de amistades estrechas favorece la salud del cerebro a medida que envejecemos. Además, se ha demostrado que la amistad prolonga la esperanza de vida de una persona e incluso reduce varios riesgos para la salud, como las enfermedades cardíacas.

La razón por la que tener amigos es tan bueno para nosotros es que sirven de pilares en nuestras vidas. Los amigos nos apoyan cuando más lo necesitamos. Un divorcio, una pérdida, un examen fallido, un descenso de categoría… No importa por lo que estemos pasando, ellos estarán a nuestro lado en todo momento. No sabemos por qué desarrollamos esos patrones de comportamiento con nuestros amigos. Sólo que lo hacemos y que es bueno para nosotros.

¿Cómo se forma una amistad?

C.S. Lewis describió una vez el momento en que hacemos un nuevo amigo, diciendo que: «La amistad nace en ese momento en que una persona le dice a otra: «¿Qué? ¿Tú también? Pensé que era el único». No podía tener más razón. Todas las relaciones necesitan un punto de partida, un terreno común, por así decirlo. Tener esa base común es un gran punto de partida para establecer un vínculo. Pero si no nos basamos en ellos, si no utilizamos el terreno común que nos han dado, nunca podremos convertir un conocido en una verdadera amistad. Entonces, ¿qué tenemos que hacer para convertir este momento crucial en una relación real? ¿Cómo podemos convertir a un desconocido con el que tenemos algo en común en un verdadero amigo? Y, quizás lo más importante, ¿cómo nos convertimos nosotros mismos en verdaderos amigos?

Cultivar una estrecha amistad

Las relaciones son complejas. No hay una guía de «cómo» navegar por ellas, porque cada individuo y cada relación es diferente. Dicho esto, hay varios factores que rigen cómo se forman las amistades. Si meditamos sobre estos factores, podremos comprender mejor nuestras amistades, a nuestros amigos y a nosotros mismos. Sólo entonces podremos empezar a explorar y finalmente resolver nuestra percepción de las conexiones humanas.

Encontrar puntos en común

Encontrar puntos en común con aquellos con los que sentimos una conexión no es sólo un buen punto de partida para la amistad, sino que también es un paso que nos permite simultáneamente aprender más sobre ellos y revelar más sobre nosotros mismos. La mayoría de las veces buscamos similitudes entre nosotros y la otra persona para empezar a construir un terreno común. Esto puede ser cualquier cosa. Actitud en la vida, valores, intereses, edad, género, estatus socioeconómico, aficiones, experiencias… Descubrir este tipo de similitudes nos ayuda a entender mejor a las personas que tenemos delante. Sentimos que conocemos parte de ellos y sentimos el impulso de saber más. Las similitudes que descubrimos y ampliamos nos hacen estar más abiertos a las diferencias entre nuestros amigos y nosotros. Nos da más razones para explorarlas y así entender a nuestro amigo cada vez mejor a medida que pasa el tiempo. Cuanto más abiertos estemos a esto, más profundo será nuestro entendimiento. Y cuanto más profundo sea nuestro entendimiento, mejor amigo seremos.

Autodivulgación.

La base de cualquier relación sana es la confianza. Aunque la confianza no surge de la noche a la mañana. Como muy bien sabes, la confianza tarda en desarrollarse. Una de las mejores formas de crear confianza no es sólo mostrar a alguien de forma consistente a lo largo del tiempo cómo te comportas, tomas decisiones y tratas a los demás, sino siendo vulnerable. Si queremos tener relaciones de confianza, tenemos que estar dispuestos a abrirnos a la persona que tenemos delante. Tenemos que estar dispuestos a compartir con ellos cosas personales que, de otro modo, no conocerían de nosotros y, al hacerlo, correrían el riesgo de resultar heridos. Nuestros sentimientos, nuestras preocupaciones y pensamientos más íntimos, recuerdos privados como rupturas o errores del pasado. Cuanto más abiertos seamos, más vulnerables nos permitiremos ser. Al hacerlo, le damos a nuestro amigo un mensaje claro: «Te confío esta información sobre mí. Confío en que no me harás daño». Ahora bien, eso no quiere decir que debamos ser vulnerables con cualquiera. Elige sabiamente quién puede escuchar tus historias, pero debes saber que al no confiar nunca a nadie ninguna información personal, puedes distanciarte indefinidamente de la creación de cualquier amistad genuina. Sí, te arriesgas a que te hagan daño si alguien te traiciona, pero la alternativa es que nunca te sientas capaz de confiar o depender verdaderamente de nadie, un sentimiento que es aislante y perjudicial para tu salud física y mental.

Nuestra disposición a ser confiados y vulnerables incita a nuestros amigos a serlo también. De este modo, compartimos en la vida de nuestros amigos y nos ganamos su confianza. Si tenemos problemas para conectar con los demás y formar relaciones no superficiales, la confianza y la vulnerabilidad son excelentes factores sobre los que meditar. ¿Cuánto nos abrimos realmente a nuestros amigos? ¿Cuánto estamos dispuestos a compartir de nosotros mismos y de nuestras vidas? ¿Cuánto compartimos en la vida de nuestros amigos? Si la respuesta a estas preguntas es «no es suficiente», entonces podría ser el momento de empujarnos poco a poco a compartir más.

Reciprocidad.

La reciprocidad es una necesidad en todas las relaciones saludables. Es el acto de compartir partes de ti mismo y de tu vida con tu amigo y que éste haga lo mismo. Es invertir tiempo en tu amigo, ya sea quedando para tomar un café o acudiendo a un evento que sabes que es importante para él. Es compartir su sufrimiento o su felicidad. Es hacer que tu amigo invierta tiempo y energía en ti de forma similar. En resumen, es el dar y recibir de una relación sana. Hay veces que estamos en la posición de dar en una relación y cuando estamos en el extremo de recibir.

Pero tómate un momento y reflexiona. ¿Existe una dinámica con tu amigo en la que tú eres siempre el que da? Si eres el único que invierte tiempo y energía, escuchando los problemas, las preocupaciones y las celebraciones de tu amigo, ¿es vuestra amistad equilibrada? Si siempre estás en el extremo receptor de la amistad, entonces ¿estás siendo un buen amigo? Ambas situaciones inclinan nuestras relaciones. Hacen que nosotros o nuestros amigos nos sintamos aislados y solos. ¿Realmente queremos sentirnos así o hacer que nuestro amigo se sienta así? Si no es así, ¿qué podemos hacer para cambiar esto?

¿Cómo podemos ser mejores amigos?

El hecho es que no podemos elegir a nuestras familias, pero sí a nuestros amigos. A veces nos acercamos más a nuestros amigos que a nuestras familias. Aunque formar esas amistades no es sólo cuestión de pasar tiempo con ellos. Es apoyarles cuando pasan por momentos difíciles o incluso sentarse junto a ellos en silencio, para hacerles saber que no están solos. Es celebrar sus logros y compartir su felicidad. Es hacer que nuestros amigos estén ahí para nosotros de la misma manera. Si nos resulta difícil conectar con los demás o con nuestros amigos, quizá sea el momento de reflexionar sobre la naturaleza de nuestras relaciones. Siéntate un momento y medita sobre ellas. ¿Cómo de equilibrada es tu amistad? ¿Cuándo fue la última vez que estuviste realmente ahí para un amigo o que un amigo estuvo realmente ahí para ti? ¿Tal vez das por sentada tu amistad? Las meditaciones de gratitud pueden ser una práctica excelente para averiguar esto. ¿Cuándo fue la última vez que te paraste a pensar en la suerte que tienes de tener un amigo? ¿Cuándo fue la última vez que le hiciste saber a tu amigo cómo te sientes?

Las meditaciones de compasión también pueden ayudarte a descubrir tu relación con tus amigos. ¿En qué medida eres compasivo con los demás? ¿Cómo reaccionas cuando un amigo te plantea un problema? ¿Lo escondes bajo la alfombra y haces que intenten ignorarlo? ¿Hablas con tu amigo y tratas de llegar al fondo del asunto? ¿Le escuchas y tratas de estar a su lado? ¿Entiendes lo que realmente necesitan en ese momento y respondes en consecuencia? Si no es así, meditar sobre cómo puedes ser más compasivo y comprensivo con los demás puede ser una excelente manera de aprender a hacerlo mejor.

Sea cual sea nuestro problema con las amistades, siempre podemos hacerlo mejor. Sólo tenemos que estar abiertos y dispuestos a esforzarnos más. Tenemos que aprender a ver cómo somos en las relaciones, sin juzgarnos a nosotros mismos ni a nuestros amigos. Y lo que es más importante, tenemos que comunicar abiertamente a nuestros amigos cómo nos sentimos. Porque sólo así podremos trabajar juntos para mejorar nuestra relación.

Por último, nos encantaría que nos hablaras de tus relaciones con tus amigos. Qué consideras que es un buen amigo, cómo te gustaría ser un mejor amigo?

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