Para las aves, la audición es la segunda más importante, después de la visión, para observar el mundo que las rodea. El oído de las aves es más sensible a los sonidos de entre 1 y 4 kHz, aunque pueden oír frecuencias más altas y más bajas. Ninguna especie de ave ha mostrado sensibilidad a las frecuencias ultrasónicas (>20 kHz). La sensibilidad a frecuencias inferiores a 20 Hz (infrasonidos) no ha recibido mucha atención; sin embargo, las palomas y algunas otras especies han mostrado respuestas conductuales y fisiológicas a estas bajas frecuencias. En general, la discriminación de frecuencias en las aves es sólo la mitad o un tercio de lo que es para los humanos dentro del rango de 1 a 4 kHz. Un problema que sufren las aves y que es similar al de los humanos es el daño que sufren los receptores auditivos (células ciliadas) a causa de los ruidos fuertes. La intensidad del sonido que produce el daño y la cantidad de daño producido difiere según la especie. Las aves que residen en las zonas activas de los aeropuertos pueden estar constantemente sometidas a niveles de presión sonora que dañan su audición. Por lo tanto, para dispersar eficazmente a las aves mediante el sonido, las alertas auditivas deben ser a frecuencias que puedan ser detectadas por los receptores auditivos dañados. Aunque algunas especies de aves, si no todas, tienen la capacidad de reparar las células ciliadas dañadas, la exposición continuada a ruidos fuertes impediría la recuperación de su audición. En este artículo repaso lo que se sabe sobre la audición de las aves y lo comparo con las características operativas (frecuencias, intensidades, duración) de las técnicas y dispositivos para dispersarlas.