En 1837 el duque inglés de Cumberland y Teviotdale, Ernest Augustus, se convirtió en el rey de Hannover por cortesía de una peculiaridad de la ley que impedía a la reina Victoria -como mujer- ocupar el doble trono de Hannover junto al de Gran Bretaña.
Por lo tanto, cuando la reina Victoria ascendió al trono británico, su tío el duque Cumberland y Teviotdale, ascendió al trono de Hannover como monarca absoluto del pequeño reino alemán – «no más grande que un trozo de cuatro peniques», declaró en una ocasión.
El 28 de junio de 1837, a los ocho días de su reinado, el ahora rey Ernesto Augusto I llegó a su reino y se convirtió en el primer monarca residente de Hannover en más de un siglo.
Con la llegada de un rey residente a Hannover, también llegó la de los banquetes reales a Hannover.
«Aquella noche tuve el honor de ser admitido, junto con mi esposa, a cenar en la renombrada Ritter-saal», relató el capellán personal de la corte del rey, en una de sus primeras audiencias con el monarca, el reverendo Allix Wilkinson.
«Era, creo, el salón de banquetes más hermoso de cualquier soberano de Europa. Estaba rodeado por los retratos de los duques de Brunswick desde los primeros tiempos, y por debajo, por los cuadros de cuerpo entero de todos los electores de Hannover que habían ostentado el título real desde Jorge I hasta el rey Ernesto.
«En el centro de la sala había una mesa larga, con capacidad para unas seis y treinta personas, donde el rey entretenía a sus invitados reales, al cuerpo diplomático y sus damas, a los generales en pleno y a otros altos dignatarios, en la medida en que había espacio. A cada lado había mesas redondas, con capacidad para una docena, en las que las personas hacían sus propias fiestas, y así se divertían plenamente.
«En esa larga mesa se exponía toda la vajilla de oro y plata por la que Hannover era tan distinguida. En el centro había una gran meseta con San Jorge y el Dragón, hecha especialmente para el rey Ernesto por Hunt y Roskell, y que se decía que valía cuatro mil guineas. Todas las mesas de consuelo que rodeaban el salón, todas las lámparas de araña, todos los soportes para las velas (de los que había miles), todos los marcos de los numerosos espejos eran de plata maciza». – Reverendo Allix Wilkinson, Capellán de la Corte del Rey.